Me propongo
reflexionar sobre el derecho a trabajar en esta entrada. Quiero empezarla
impactando. Tecleo: «En el mundo hay mil millones de personas que quieren
trabajar y no pueden». Es decir: casi el 14% de la población mundial está de
brazos cruzados. Frunzo el ceño buscando algún dato más llamativo. ¡Lo tengo!:
«En los próximos cinco años se perderán cinco millones de puestos de trabajo
para siempre». En otras palabras: cada año desaparecen de media un millón de
empleos. «Para siempre». Uff, esto suena mal. De repente escucho un zumbido y se
me taponan los oídos como si buceara. ¡Zas! Una crisálida eclosiona ante mí y
aparece un ente alado. Es pequeñito. Y peludo: barba frondosa y cabellera
espesa, ambas grisáceas.
―¿Pero qué eres
tú? ―pregunto, asombrado.
El ente
revolotea como una abeja ansiosa de polen.
―Soy tu
consciencia de trabajador, una especie de sindicato moral del proletariado.
Pero me puedes llamar Karlos. He venido al rescate ―explica con voz
acelerada.
―¿Al rescate?
―repito, confundido.
―Mis antenas
suprasensoriales han interceptado tu reflexión y te quiero ayudar. Os están
dando palos por todos lados… ¡Lo tenéis crudo, chaval! ―exclama Karlos.
Asiento con
frustración.
―Por culpa del
desarrollo tecnológico el mercado laboral saltará por los aires. Muchas tareas
se realizaran mediante robótica, nanotecnología, impresión 3D, internet de las
cosas o inteligencia artificial. Pero lo que me pone especialmente nervioso es
el llamado aprendizaje por refuerzo. ¿Sabes a que me refiero?
Niego con la
cabeza y Karlos sonríe con suficiencia.
―Se trata de
configurar un software que determine qué acciones escoger para maximizar la
recompensa. En resumidas cuentas: las máquinas van a decidir por nosotros. O
los trabajadores del mundo os unís, o seréis marionetas en manos de los
millonarios de la lista Forbes.
Un estruendo resuena
como un rugido. A través de la luz de la lámpara irrumpe una especie de
luciérnaga. Posee un brillo dorado y elegante. Flota por la habitación dejando
un rastro de estrellas. A diferencia de Karlos, tiene la cabeza redonda y lisa
como una bombilla.
―Otra vez los
del sindicato anunciando el Apocalipsis. ¡Sois unos panfletarios! ―se queja la
luciérnaga. Y dirigiéndose a mi―: No hagas caso a este fantasma.
―¿Y tú de dónde
sales?
―Soy embajador
de la Patronal. Me llaman Mil. Me ha saltado la alarma porque los niveles de
intoxicación han superado los límites aconsejables para el buen funcionamiento
del sistema.
―¿Y esto qué
significa?
―Pues que me veo
obligado a contrarrestar las charlatanerías del “barbas”. Si me permites, me
gustaría explicarte cómo el sistema se reinventa a diario. La historia de la
Humanidad nos muestra cómo los cambios tecnológicos han creado nuevos oficios.
También los han destruido, pero hoy en día, ¿quién querría trabajar de
molinero, fogonero o deshollinador? ¡Nadie! En cambio, las ciencias ofrecen
grandes oportunidades. ¿Has oído hablar de los trabajos STEM?
―La verdad es
que no ―confieso.
―STEM es un
acrónimo en inglés que hace referencia a los nuevos puestos de trabajo que se
han creado en los ámbitos de la Ciencia, la Tecnología, la Ingeniería y las
Matemáticas.
―¡No le vendas
la moto! ―protesta Karlos―. Cada puesto nuevo creado destruye 3,5 tareas que
pueden tecnificarse. ¿Resultado? Más gente a la cola del paro, más pobreza, más
precariedad.
―No empieces con
el victimismo. Quién lucha y se esfuerza tira hacía delante ―replica Mil. Y
señalándome―: Si te quieres ganar bien la vida, empléate como analista de datos
o ingeniero de procesos.
―Ya me gustaría,
pero no he estudiado para nada de eso…
―“No he
estudiado para nada de eso” ―me imita con recochineo―. ¿Y eso qué importa? El
mercado evoluciona permanentemente. Por lo tanto, los trabajadores os tendréis
que formar durante toda la vida. ¿Lo entiendes? ¡Toda la vida!
―¡Vaya! Se ha
acabado eso de “estudias o trabajas” para ligar… ―respondo con sarcasmo a la
provocación de Mil.
―Si quieres
ligar, cómprate un coche deportivo… O sea: STEM ―me recomienda con un guiño.
―¡Estoy harto!
Eres peor que un telepredicador ―Karlos, furibundo―. Estudia una carrera...
¡Mejor dos! Luego haz un máster… ¡Mejor dos, también! Y te lo financiamos todo con
condiciones ventajosas. ¿Qué habéis conseguido con esta milonga? Pues tener los
parados mejor formados. Y si quieres encontrar trabajo, sigue formándote.
―¡No seas
cínico! ―se queja Mil.
―El 40% de los
jóvenes entre 25 y 35 años tiene educación universitaria pero no encuentra un
trabajo acorde con sus estudios. Muchos
optan por huir del país. ¿A eso le llamas cinismo?
―Veo que has
estudiado el argumentario al dedillo ―Mil, irónico.
―España es el
cuarto país en sobreeducación tras Rusia, Corea del Sur y Japón. ¿Qué significa
esto? Pues que los trabajadores españoles tienen un nivel de educación superior
al requerido para desarrollar el trabajo de forma satisfactoria. Estudia una
carrera para acabar trabajando de cajero.
―Tener formación
nunca es un problema. ¡Al contrario! Te permite mejorar. Eso sí: tendrás que
levantarte del sofá, esforzarte y emprender. Fíjate en los creadores de Google,
Facebook o Twitter. Talento y sudor. Esa es la clave.
―¡Uy, sí!
Talento, emprendimiento… Otra burbuja ―dice Karlos―. Estos nuevos yupis que
citas pueden ir con camisetas y rehuir las corbatas, pero en lo único que se
esfuerzan es en tributar lo mínimo para ganar lo máximo. ¿Modelo a seguir? ¡Y
un rábano! El futuro son las cooperativas y la economía social.
―Eso sí que es
una burbuja que explotará como Fagor ―replica Mil.
De pronto, Karlos
enmudece y sus antenas suprasensoriales empiezan a vibrar como cuerdas de guitarra.
―Debo irme.
Necesitan mis servicios en un comité de empresa ―grita con ajetreo―. Pero no
olvides esgrimir consciencia de clase en tu artículo. La crisis ha beneficiado
a unos pocos alienando a muchos.
La voz de Karlos
se desvanece.
Observo a Mil.
Su brillantez va perdiendo intensidad.
―¿Le vas a
seguir?
―No, los comités
de empresa no son conflictivos para nosotros. Tenemos más alarmas en las
universidades. No te molesto más. Debes tener trabajo con tu escrito. ¡Hasta
otra ocasión! Y recuerda: necesitamos una nueva mentalidad basada en el
desarrollo del talento. Con el pensamiento NI-NI te ahogarás en un charco.
La luz de la
lámpara parpadea y Mil desaparece. La habitación pierde luminosidad. Vuelvo a
la pantalla del ordenador, pero no sé cómo seguir. El ping-pong dialéctico me
ha abrumado. Sobreeducación y talento. Ocupación y tecnificación.
Emprendimiento y precariedad. Tomo un vaso y vierto agua. Antes de beber, lo observo
pensativo y dudo sobre si está medio lleno o medio vacío.