La
misión esencial de los laboratorios de ideas ―los llamados think tanks― es la
de influir la orientación de las políticas públicas. Originariamente, estas
organizaciones nacieron con el propósito
de generar pensamiento científico y riguroso (las ‘universidades sin
estudiantes’ eran la tipología paradigmática); pero en el contexto de la
globalización evolucionaron hacía la promoción de intereses (dando lugar a la
tipología de ‘centros militantes’). Esta mutación del cometido de los think
tanks acentuó sus acciones de persuasión (políticas de comunicación agresivas,
técnicas de relaciones públicas unidireccionales, lobismo, framing, agenda
building, etc) provocando una nueva guerra ideológica caracterizada por la voluntad de imponer las
propias ideas y el beneficio particular.
En
este contexto, es básico poder conocer la “personalidad” de los laboratorios de
ideas y cuales son sus finalidades fundacionales. Un dato capital que permite indagar
sobre esta cuestión es la información de
las personas o instituciones que financian los think tanks. Sin embargo, esta
es una información de muy difícil acceso como lo demuestra un reciente estudio
de Transparify, una organización financiada por el programa Think tank Fund de
la Open Society Foundation, que muestra que el 80% de los laboratorios de ideas
más influyentes del mundo no desvela quién los financia.
De
los 169 think tanks analizados solo 21 facilitan públicamente toda la
información necesaria (listado de todos los donantes, identificación de las
cantidades y el origen del financiamiento
de proyectos concretos) para saber quién los financia. De una valoración máxima
de cinco estrellas, el valor medio es de 2,2 estrellas.
El
estudio refleja un panorama desolador en cuanto a la transparencia de los think
tanks y a su legitimidad para actuar como líderes de opinión. En plena era de
la información, la transparencia es un valor creciente que se convertirá en
imprescindible a la hora de dar credibilidad a las propuestas de los laboratorios
de ideas.