La dimensión comunicativa ha acentuado la extensión
de la tipología de los advocacy tanks. En esta coyuntura, el crecimiento y expansión de las instituciones mediáticas,
de internet y de una calidoscópica mixtura de nuevas tecnologías en relación
con los laboratorios de ideas ha significado un cambio muy profundo en el seno
de estas organizaciones. Sin la comunicación ―es decir, la colocación de sus
pensamientos en el mercado de las ideas― los think tanks pierden su sentido
original.
En el 1972,
el periodista norteamericano Theodore White ya describía el poder de la
comunicación de masas como fijadora de la agenda de la atención pública como
“una autoridad que en otras naciones está reservada a los tiranos, sacerdotes,
partidos y mandarines”.[1]
Actualmente, los think tanks luchan para poseer está autoridad mediante
mecanismos de distinto índole.
Stefancic y
Delgado identificaron los cinco factores del éxito de la
contra-revolución neoconservadora.
En primer
lugar, la concentración en un mínimo
número de ideas centrales, y la progresión sistemática de una a otra, sólo
después de haber alcanzado los objetivos definidos para cada una.
En segundo
lugar, la planificación estratégica
de los temas abordados. La coherencia ideológica de las temáticas elegidas era
potente y las pequeñas victorias iniciales ampliaron progresivamente el
espectro de las posibles oposiciones.
En tercer
lugar, los pensadores-activistas conservadores accedieron a una financiación más importante, aunque
también es cierto que fueron más hábiles para recaudar fondos.
En cuarto
lugar, la utilización de los medios de
comunicación social también fue muy eficaz.
En quinto
lugar, hicieron un mejor uso de las mentes, de la autoridad y de la
experiencia, en particular ayudando a las
personas de principio a fin. Así, por ejemplo, ayudaron a estudiantes
partidarios de su ideología desde la universidad hasta su acceso a puestos de
responsabilidad. La Heritage Foundation ofrece cada año un centenar de estadas.
Finalmente,
como nos recuerdan Boucher y Royo, deberíamos añadir otro factor
trascendental: si no es fácil introducir nuevas ideas en el debate político,
parece a veces más fácil promover ideas
aparentemente “nuevas” que otras más convencionales. Esta facilidad no
depende de su conformidad con una visión ampliamente compartida del interés
general, sino más bien de su carácter desfasado, que es lo que les asegura un
determinado público.
No hay que
ser ningún experto para saber que la estrategia que acabamos de exponer es una
estrategia de comunicación. No sirve de nada tener ideas si no se saben
comunicar o, en términos del marketing (de las ideas), “vender”.
Hay que vender ideas
Los think
tanks son organizaciones de carácter eminentemente político y su principal
objetivo es mejorar el proceso y contenido de las políticas públicas. Su
trabajo se dirige a estudiar los problemas sociales para proponer soluciones
políticas. Su materia prima es
el análisis de las situaciones existentes y en el asesoramiento a cualquier
persona —física y jurídica— u organismo público mediante la producción de una
numerosa documentación plasmada en informes, expedientes y libros. Tienen un
interés especial en comunicar el resultado de sus trabajos a todos aquellos
individuos que están involucrados y participan en la elaboración de las
políticas públicas.
El perfil
ofrecido hasta el momento ha sido recogido por la mayor parte de los
especialistas en el tema; pero es escasa la doctrina que destaca cuatro
factores que consideramos fundamentales.
En primer
lugar, los think tanks adoptan, por regla general, la forma jurídica de la
fundación y, viceversa, muchas fundaciones han acabado por actuar como think tanks. Esta característica
acentúa el uso de las relaciones públicas no lucrativas, en especial la
captación de fondos (fundraising).
En segundo
lugar, las ideas generadas por los think tanks tienen metas comunicativas que
se articulan a través de unas relaciones públicas al servicio de una estrategia
de marketing (marketing public relations),
donde el producto son las ideas. En otras palabras, la actividad primordial de
estas organizaciones es la comercialización de las ideas, y las herramientas
competentes son las técnicas de las relaciones públicas, sin despreciar, como
señalaremos, el uso de las relaciones públicas desde una perspectiva
estructural y estratégica, alejada de la mera comercialización.
En tercer
lugar, algún autor, como Stone, confunde el “producto” de los think
tanks con su objeto o actividad. Una cosa es la investigación como actividad
primera de estas organizaciones y otra el “producto” que comercializan. En este
punto aparece la dicotomía entre ideas e ideología. La separación también es
belicosa y dependerá de la cultura corporativa de cada think tank. Los de
marcada dependencia ideológica, conocidos como ideological tank, son abiertamente productores de ideología.
Aquellos con un objeto de análisis monotemático, también denominados specialist tank, están más lejos de una
ideología globalizadora y producen informaciones sobre temas públicos como el
medio ambiente, la situación de las minorías étnicas, la energía, los recursos
naturales o el terrorismo. Recientemente han aparecido, también en EE.UU., los state tank, más preocupados por
cuestiones de los estados federados o de un determinado condado, en lugar de
por problemas de ámbito nacional.
Esta
diversidad de objetos de análisis impide proporcionar un desenlace unívoco a la
cuestión formulada. Interrogarse sobre si los think tanks producen ideas o
ideologías es un debate que nace herido de muerte; y no sólo porque la
respuesta puede ser distinta según el think tank observado, o porqué es ya de
por sí espinoso distinguir cuando nos encontramos ante una idea y cuando ante
una ideología —si es que es posible distinguir ambos términos—, sino por el
hecho de que por encima de ambos conceptos se impone a marchas forzadas el de interés. Interés que, dada su función de
prestación de servicios que lo caracteriza, abarca tanto al instituto de
investigación como al cliente que lo contrata. Desde este punto de vista, que
los diferencia de las estrictas organizaciones sin ánimo de lucro, es
significativo que los productos de los think tanks no siempre están destinados
a figurar en la agenda pública. En ocasiones, sus informes son “commercial in confidence”, cuyo destino
se limita al uso interno y confidencial del cliente. Aún así, ello no excluye
que la agenda de investigación de algunos think tanks esté determinada
exclusivamente por el comité de investigación, sin posibilidad alguna de
intervención o condicionante por parte de los intereses privados.
Finalmente,
en cuarto lugar, la aparición e impulso de los advocacy tanks está dejando sin vigencia la distinción entre think
tanks y grupos de influencia, desde el momento en que su actividad está
dirigida a satisfacer los intereses de sus patrocinadores.
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