Aunque no
podemos pasar por alto la extensión del fenómeno de los think tanks más allá de
las fronteras estadounidenses, hemos de insistir en que
la diversidad en el estilo, la actividad y el objeto de análisis complican la
elaboración de una definición unívoca e internacional de los think tanks. Dicho
en otras palabras, la importación del modelo norteamericano no siempre
certifica como think tanks organizaciones que, a pesar de coincidir en los
fines, son estructural y funcionalmente distintas de los modelos
norteamericanos. Y es que los think tanks son un fenómeno quintaesencialmente
estadounidense. Desde este ángulo, es crucial la noción de librepensamiento (free-thinking) etimológica y
operativamente inherente a los think tanks, aunque este pensamiento autónomo e
independiente no es, ni de lejos, un denominador común del fenómeno en EE.UU.
El factor
cultural deviene así el primero a tener en cuenta a la hora de abordar
analíticamente los think tanks, preguntándonos si estamos ante una figura estrictamente
norteamericana y, por lo tanto, si el sistema político de ese país condiciona y
limita su presencia en otras culturas y sistemas políticos.
El punto de
partida requerido para ofrecer una respuesta coherente es analizar las razones
de la implantación y desarrollo de estas organizaciones de análisis político en
EE.UU., se llamen fundaciones, institutos o centros de estudios, o adopten
cualquier sigla o logotipo. Son cuatro las principales circunstancias de índole
política del crecimiento constante de los think tanks en aquel país.
En primer
lugar, la fragmentación del sistema gubernamental. El sistema político
norteamericano reposa en la separación entre los poderes ejecutivo y
legislativo. A diferencia de otros sistemas, el Congreso no adopta automáticamente
el programa del presidente, ya que el primer mandatario también legisla. Cuando
el Congreso y la presidencia están controlados por partidos diferentes se
incrementa la posibilidad de acciones independientes y de conflicto, lo cual
genera una multiplicidad de analistas. De otra parte, los departamentos del
Gobierno también están fragmentados en diversas agencias gubernamentales, con
intereses propios y preferencias políticas. Esta balcanización de la
Administración pública norteamericana dificulta su control por el responsable
del departamento.
Por otra
parte, la independencia también afecta a cada uno de los representantes y
senadores individualmente, dando lugar a una situación que contrasta
fuertemente con la de sus homólogos de los sistemas parlamentarios europeos,
incluido el británico. Representantes y senadores gozan de una gran libertad de
decisión, sin que exista ninguna limitación derivada de la disciplina de
partido. En los últimos años se han dado múltiples ejemplos donde miembros del
legislativo han elegido seguir una línea diferente de la oficial de su partido,
hasta el punto de adoptar la postura contraria y alineada a la del partido
adversario. Aunque estos comportamientos no sean bien recibidos, son respetados
y en ningún caso implican la expulsión del partido.
Otro
elemento determinante es la ausencia de partidos políticos fuertes. Son
fundamentalmente potentes máquinas electorales que, en cambio, no tienen la
capacidad de ofrecer experiencia política. Los think tanks también se crearon
para llenar este vacío.
Asimismo, el
sistema federal estadounidense extiende esta dispersión a las responsabilidades
políticas del Gobierno federal y de los Gobiernos federados, que se suma a la
ya existente en el seno del sistema capitalista entre las responsabilidades de
los sectores público y privado. Tal multiplicidad de participantes en el juego
político se incrementa con la creciente importancia del tercer sector, el de
las organizaciones sin ánimo de lucro.
En segundo
lugar, son pocos los cuerpos que aglutinan los intereses privados. Los partidos
políticos no se han comprometido seriamente en el desarrollo político. Además,
existe una carencia de estructuras corporativas que permitan negociar con el
Gobierno en nombre de los intereses privados.
En tercer
lugar, los problemas gubernamentales son cada día más complejos y están cada
vez más interconectados, como demuestra el conflicto entre el desarrollo económico
y el medio ambiente. Este factor comporta la dificultad de encontrar expertos o
consultores que puedan analizar esta complejidad que supera las
especializaciones académicas. Si ha esto añadimos las interdependencias
internacionales, la situación se complica todavía más.
En cuarto
lugar, la última circunstancia es el aumento de nombramientos de políticos para
cargos de gestión pública en detrimento de técnicos expertos. Ello comporta que
los burócratas estén más preocupados por su supervivencia política y por el
mantenimiento de las prerrogativas que por las políticas públicas.
Es, pues,
evidente que el contexto democrático norteamericano es esencial para el
estudioso interesado en el desarrollo de los think tanks. Su crecimiento
reciente y su éxito no pueden entenderse sin tener en cuenta cómo funciona la
democracia norteamericana, y cómo la vida de Washington D.C. es su reflejo.
Este es el marco político que ha propiciado la aparición de organizaciones de
análisis político para vencer la fragmentación, agrupar los intereses y hacer
frente a la complejidad. Sin olvidar, claro está, la tradición filantrópica de
EE.UU., favorecida básicamente por los beneficios fiscales de que gozan las
actividades de beneficencia.
Aun así, no
podemos dejar de lado que una de las especificidades de la sociedad
norteamericana es la debilidad de la diferenciación ideológica. Como nación
joven, EE.UU. no ha conocido, con la excepción de una guerra Norte-Sur, ni
guerras de religión ni revoluciones sociales. A los norteamericanos, a
diferencia de los europeos, no les interesan demasiado las discrepancias
ideológicas, como muestra su enraizado bipartidismo. Entre los dos partidos
dominantes no hay prácticamente diferencias de ideología, aunque ambos se
identifiquen con determinados estratos sociales. Es más, en el seno de cada
partido coexisten diversas tendencias: liberales, conservadores,
proteccionistas, partidarios del libre comercio, intervencionistas y no
intervencionistas.
Estos
partidos se centran en temas relevantes, como la rebaja de los impuestos, la
reforma del sistema de ayudas sociales, la reducción de la burocracia, la
seguridad nacional, una mejor eficacia militar, al tiempo que comparten un
sentimiento anticomunista (hoy también anti-islamista) y el miedo a un debate
que destruyese el consenso nacional e institucional. Tal “unanimismo”
institucional se traduce en la ausencia de toda la parte izquierda del espectro
político tal y como existe en Europa. En un contexto de este tipo, no es
extraño que la función principal de los partidos sea electoral, mientras que la
ideológica se haya trasladado a la iniciativa privada.
Este repaso
a la quintaesencialidad estadounidense de los think tanks no estaría completo
sin referirnos a la tradición filantrópica —y sus consecuencias fiscales— de
EE.UU. Los países sin una tradición filantrópica ni leyes que favorezcan la
filantropía privada carecen de unos recursos fundamentales para favorecer la
investigación política independiente. La misma noción de think tank implica la
independencia intelectual o, como mínimo, la autonomía respecto del Estado y de
los intereses institucionalizados.
EE.UU.
cuenta con miles de fundaciones y think tanks independientes del Estado. Su
estatuto fiscal les permite recibir hasta el 90 por ciento de su financiación a
través de donaciones privadas. La filantropía privada es sólo una parte de las
redes asociativas norteamericanas; una tradición estrechamente vinculada a la
cultura económica del país. El sistema capitalita prima la teoría de la oferta y
la demanda, por lo que los investigadores de los think tanks, siguiendo este
principio, no esperan a que se les soliciten sus servicios para ponerse a
trabajar. Ellos mismos fijan los objetivos que pretenden lograr y trabajan,
tácitamente de acuerdo con sus colaboradores, en proyectos de reconocida
utilidad pública. Como en cualquier empresa, intentan luego vender sus
productos intelectuales y para ello recurren a las técnicas del marketing. No
es extraño que un think tank ofrezca sus servicios a través de una página de
publicidad en una revista. Todo esto implica el riesgo, a menudo considerable,
de haber implicado durante meses a un grupo de investigadores en un proyecto
que no encontrará cliente. Pero arriesgarse es un elemento fundamental de la
ética capitalista y del carácter estadounidense. Se trata, sin embargo, de
riesgos calculados: antes de iniciar cualquier investigación, se realizan
estimaciones y análisis, y la designación de los expertos adecuados no se lleva
a cabo hasta después de largas deliberaciones.
Los think
tanks se rigen por la economía de mercado. Se enmarcan plenamente en la cultura
de los negocios. Más aún, son empresas regidas por la competitividad, las más
modernas técnicas comerciales y otros tantos elementos que condicionan la evolución
de las empresas de nuestro tiempo.
Existe
igualmente una paradoja que ya hemos apuntado y que, aunque es inherente al
fenómeno de los think tanks, debe ser considerada. Nos referimos a la mezcla de
fascinación y escepticismo —incluso desdén— por la experiencia. Algunos autores
explican que el hecho de criticar ferozmente a los expertos y a los
intelectuales es una vieja tradición estadounidense, del mismo modo que es
habitual alabar la sabiduría e inteligencia práctica de la ciudadanía. Este
desprecio por la figura del intelectual es compartida a veces por determinadas
elites: el presidente Woodrow Wilson, a su vez intelectual de primer orden,
advirtió del peligro que suponía otorgar demasiada importancia a los expertos.
De hecho, en la sociedad norteamericana, todo va bien si los expertos ofrecen
valiosos estudios y argumentos inmediatamente aplicables. Si la experiencia
parece adulterada, el público y la clase política rechaza el producto y a los
expertos. En pocas palabras, los expertos e intelectuales no tienen el derecho
a equivocarse.
En suma, la
idiosincrasia estadounidense de los think tanks es innegable. También es
evidente que ningún otro país ha generado un fenómeno tal y de tales
proporciones. La experiencia privada, a pesar del recelo nacional hacia los
especialistas, ha llegado a influenciar todos los aspectos de la sociedad
norteamericana. A causa de la dura ley del mercado, los think tanks están
obligados a alcanzar y mantener los más altos niveles de excelencia. Unas cotas
que difícilmente pueden conseguirse sin una generosa financiación.
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